El joven Esteban Domeño contempló divertido a ese otro mocetón alto y musculoso que se había situado a su lado para correr el encierro. Antes de que sonasen los clarines le había dicho con un insufrible acento americano que venía de París, pero aquello no tenía sentido.
–Con mi esposa Hadley –le había aclarado.
–¿De dónde? Con tu esposa ¿qué?
Pero el americano no tuvo tiempo de explicarle nada y tampoco se percató de que, preso del pánico, le hizo tropezar y Esteban cayó embestido por el morlaco, que lo dejó seco en el acto. Estos americanos nunca se enteran de nada, debió de pensar absurdamente el pamplonica en el instante final de su vida.
–¡Oh, my God! –exclamó el americano unas horas después–. ¡It is a real tragedy!
Tres años más tarde Ernest Hemingway todavía no era el hombrón alto y grueso cuyas barbas blancas imitarían hasta la saciedad sus muchos admiradores, pero recordó oportunamente el suceso en su primera novela de éxito, The Sun Also Rises.
–¿The Sun Also Rises? Mejor será: Fiesta –murmura desolado Esteban Domeño desde el mundo de los justos cuando los visitantes extranjeros invaden Pamplona en los Sanfermines–. ¡Estos americanos nunca se enteran de nada!
The voice of raiytnalito! Good to hear from you.